D. Luis, hijo menor del primer Borbón que reino en España, Felipe V, mandó construir el Palacio en 1762. En él creó una pequeña corte ilustrada y, como gran mecenas, se rodeó de personajes de la talla de Luigi Boccherini o su amigo Ventura Rodríguez, el arquitecto que diseñó el Palacio y, casi con seguridad, también los otros elementos que configuraron en su día el conjunto palaciego, entre los que destaca, junto al jardín, las huertas, la fuente, el estanque, la noria y la llamada Casa de Aves o Gallinero.
Gran amante de la Historia Natural, el Infante creó en su Palacio un gabinete que competía en calidad incluso con el de su hermano, Carlos III. La Casa de Aves complementaba esa colección, que respondía a una doble justificación: de una parte, el interés ilustrado de rodearse y atesorar conocimiento, y de otra, la de demostrar la ostentación del poder que tenía la nobleza. Una forma de hacerlo era importar especies animales exóticas desde distintas partes del mundo, lo que conllevaba la necesidad de mantenerlos.
Antes de la Ilustración, especialmente en el siglo XVII, esta moda de coleccionar animales hizo que se construyeran aviarios e instalaciones similares para poder albergarlos. La leonera del palacio del Buen Retiro, donde incluso se organizaban combates entre leones, toros, osos y tigres, era un buen ejemplo, como lo fueron en Europa las Menagerie de los palacios de Versalles o de Schönbrunn.
La singularidad de la Casa de Aves del palacio del Infante D. Luis radica en ser el único edificio de estas características que se conserva en España
La colección faunística del Infante incluía numerosas especies de aves e insectos pero también otros animales, como cabras de angora, un oso o una cebra, que vivía en semilibertad en los jardines. Una magnífica pintura de Luis Paret, pintor de cámara del Infante, hoy conservada en el Museo del Prado, inmortalizó al animal en 1774.
Existieron aviarios en muchos otros palacios españoles. El Infante encargó al menos otros dos: uno junto al palacio de Aranjuez, en 1770, y otro para su última morada, el palacio de Arenas de San Pedro, también obra de Ventura Rodríguez.
El proyecto de recuperación de la Casa de Aves, financiado a cargo del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), ha sido obra del arquitecto José Ramón Duralde, experto en rehabilitación de patrimonio histórico, que también ha dirigido en los últimos años la restauración del propio palacio del Infante D. Luis.
Duralde se enfrentó a la restauración de esta pequeña edificación perteneciente al conjunto palaciego con muy pocas fuentes en las que basar su trabajo: el único plano antiguo del municipio, fechado en 1868, los restos arqueológicos de los edificios, fotos aéreas anteriores a la Guerra Civil y algunas fuentes documentales del siglo XVIII.
El propio arquitecto explica la complejidad de esta restauración. «La Casa de Aves es en realidad una edificación muy modesta por su destino, tamaño y entidad arquitectónica pero ha supuesto uno de los retos más complejos de mi ya larga carrera en la conservación de nuestro patrimonio arquitectónico. Se trataba de abordar algo más que una mera restauración, era necesaria casi una «resurrección» de la semidesaparecida pajarera del Infante. Y el reto era que, en su nueva vida, el edificio mantuviera al menos su alma original y, en lo posible, se pudiera recuperar la construcción de acuerdo a su concepción primera, evitando en cambio cualquier engaño».
El estado lamentable de destrucción en que se encontraba (en la declaratoria del Palacio como monumento de 1974 se describe el Gallinero como ruina arqueológica) y la falta de documentación sobre el edificio, exigían una comprensión completa de las intenciones del arquitecto que lo creó, que con toda probabilidad fue Ventura Rodríguez.
«Él dirigía las obras del Palacio y era entonces, y siguió siendo después, el arquitecto principal del Infante. Además, la potente impronta geométrica de la obra delata un diseñador seguro y conocedor de los antecedentes europeos en este tipo de instalaciones, entre las cuales la de Boadilla es muy original y rara», añade el arquitecto.
José Ramón Duralde también explica en qué estado se encontró el Ayuntamiento esta edificación cuando en 1998 adquirió el Palacio y sus dependencias a los herederos del Infante.
«El Gallinero era una ruina donde se mezclaban escombros del siglo XVIII con otros del siglo XX de las viviendas y dependencias en que se había dividido el espacio, eliminando y añadiendo tabiques después de las devastaciones de la guerra. Solo la casita del administrador, un edificio independiente en el eje del aviario, se conservaba bastante completa en esa fecha, pero había sido vandalizada y semidestruida.
En el primer anteproyecto, realizado en 2014 por el Ayuntamiento para solicitar fondos del llamado 1% cultural, ya planteábamos la recuperación del volumen general, distribución, patio con galería y configuración original de las cubiertas; pero aún proponíamos soluciones poco comprometidas. Tras un estudio más detenido del edificio y de la obra de Ventura pudimos ajustarnos mucho más a la realidad del antiguo aviario».
Investigar para rehabilitar
José Ramón Duralde explica cómo se pudo plantear la configuración original de la pajarera: «Un detallado análisis nos llevó a entender que la pajarera había estado constituida por grandes jaulas que rodeaban al muro perimetral del cuerpo central del edificio y que los cubículos interiores al muro eran solo el espacio cubierto y protegido de que disponían las aves para protegerse de las inclemencias del tiempo, sin duda muy inadecuadas en Boadilla para las aves tropicales que encargaba el Infante.
También pudimos plantear la configuración y tamaño de tales jaulas alrededor de la edificación de 16 lados, la anchura de la galería del patio, el material, forma, dimensionesy posición de los pilares de la galería, y otros aspectos fundamentales que posteriormente quedaron confirmados cuando, por requerimiento de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, se realizaron las catas arqueológicas necesarias para validar nuestras hipótesis», añade Duralde.
La dificultad de adecuarse al edificio original
El principal problema para el equipo rehabilitador era encontrar la expresión adecuada para que toda la obra que debía añadirse fuera percibida como recuperación de lo perdido pero, a la vez, permitiera entender la obra original sin suplantarla o deformarla.
Así lo explica José Ramón Duralde: «Era necesario que se comprendiera que es una obra restaurada pero, a la vez, que ese aspecto no fuera protagonista y que prevaleciera la intención original en un edificio modesto y funcional del siglo XVIII pero de gran calidad arquitectónica y muy singular en su género».
La simplicidad constructiva y estética de la pajarera ayudó a resolver aspectos relacionados con los acabados finales y decorativos que no se hubieran podido definir por parte de los restauradores.
«Por suerte, la pequeña casa del administrador había permanecido bastante completa hasta hacía poco y nos bastaron los escombros y la documentación gráfica que teníamos para poder recuperar completamente las soluciones
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