Miguel Ángel García Valero
Durante el siglo XVII y especialmente el XVIII tuvieron un gran desarrollo los diferentes mecanismos de relojería que tanto fueron del gusto de los Borbones, tanto en Francia como en España, y que dieron lugar a magníficas colecciones de relojes. Esta circunstancia encuentra su justificación en que estos relojes constituían auténticas máquinas de movimiento y precisión, objetos costosos y deseados por la nobleza, que a su vez eran auténticas obras de arte. Pero además debemos tener en cuenta la afición de alguno de estos nobles por realizar ellos mismos trabajos artesanos, como fue el caso de Luis XVI, rey de Francia, con las labores de cerrajería y herrería, o el caso del propio Infante don Luis diletante en la construcción de relojes. En el siglo XVIII las máquinas que incorporaban movimientos mecánicos precisos, constituían auténticos alardes científicos y por lo tanto eran objetos de ostentación y diversión para la alta nobleza. El Infante don Luis gran coleccionista, mecenas de las artes y para algunos autores “el auténtico Borbón ilustrado”, no fue ajeno a la adquisición y tenencia de interesantes instrumentos científicos dentro de su gabinete de maravillas, tal y como consta en su testamentaría, además de relojes y autómatas.
Los autómatas eran artificios mecánicos conocidos ya desde la edad antigua, imitaban el movimiento de seres vivos ya fuesen animales o humanos. Algunos de los ejemplos más conocidos fueron los de Friedrich Von Knauss (1724-1789) y su diosa que mojaba la pluma en el tintero y escribía; Pierre Jaquet-Droz (1721-1790) con autómatas que tocaban el piano o dibujaban y escribían; y Jacques de Vaucanson (1709-1782) con su famoso pato que comía y digería el alimento. Algunas de estas máquinas fueron auténticos fraudes como el famoso turco que jugaba al ajedrez construido por Wolfgang von Kempelen (1734-1804), que finalmente se descubrió que en su interior incorporaba a un genial ajedrecista.
Nuestro país no fue ajeno a estos artificios con ejemplos tan destacados como el autómata de madera, hoy desaparecido, que construyo el gran ingeniero del siglo XVI Juanelo Turriano y que pedía limosna en las calles de Toledo; o los todavía conservados que dan las horas con campanadas como el Papamoscas de la catedral de Burgos, cuya imagen actual data del siglo XVIII; o las figuras de Calendura y Calendureta que desde 1749 se instalan sobre una de las torres de las murallas de Elche.
Estas máquinas constituían auténticos elementos de divertimento para la alta nobleza y su interior incorporaba cientos y miles de levas, muelles, poleas, cuerdas y engranajes.
Entre los cientos de personas al servicio del Infante don Luis se encontraba Esteban del Epinoy, que constaba como profesor de matemáticas, pero además era su constructor los autómatas. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se conserva un interesante libro escrito por este matemático que lleva por título “Explicación planes geométricos de arquitectura hidráulica y dibujos de las obras inventadas y ejecutadas por Don Esteban del Espinoy, caballero de la Real y Militar Orden de Cristo, ingeniero hidráulico de Su Majestad, mathemático del Serenísimo Señor Infante don Luis, académico de mérito de esta nobilísima Academia ….., dedicados a la Real y Muy Ilustre Academia de San Fernando de las nobles artes. Madrid 1769”.
En la primera parte del libro denominada arquitectura hidráulica figura un magnífico y singular autómata “…de nueva invención que no tiene semejanza con alguna de las maquinas hasta ahora inventadas…” Esta figura se instaló inicialmente en el Real Sitio de San Ildefonso “…por septiembre de 1765 por orden del Serenísimo Señor el Infante Don Luis entre cuyas preciosidades se conserva…” dice Epinoy. La figura, de tamaño natural y con unos 3 metros de altura total, representaba a un cazador sentado en una roca que tañe la flauta travesera y estaba rodeado de animales como una perdiz, una liebre, dos perros, una rana, un jilguero y un cuco. Todos estos animales incorporaban algún movimiento e incluso sonidos como cantos, ladridos y gorgeos, y lo más espectacular es que el cazador hacía sonar la flauta.
No volvemos a tener noticias de este autómata hasta que el Cardenal Francisco Antonio de Lorenzana, arzobispo de Toledo, a quien Carlos III había asignado la formación de Luis María, el hijo del Infante don Luis tras su fallecimiento, alquiló al marqués de Malpica el entonces denominado Cigarral del Rey (actual quinta de Mirabel) para diversión del joven huérfano. Al citado cigarral se trasladaron “…estatuas y modelos de yeso…” y “…una figura de un cazador inglés sentado sobre un peñasco con una máquina para sonar la flauta…” todo ello salvado de la almoneda que se había hecho de los bienes del Infante don Luis, tal y como nos relata el Conde del Carpio en sendas cartas escritas al Cardenal Lorenzana el 5 de enero y 18 de mayo de 1787. Así pues, desde el sitio de San Ildefonso o más probablemente ya desde el palacio de Boadilla se trasladó el autómata que nos ocupa a Toledo. El citado ingenio volvió en algún momento desconocido al palacio de Boadilla ya que se conservan en el Archivo General de la Administración unos negativos de los primeros años veinte, tanto del interior como del exterior del palacio, del conocido fotógrafo Alfonso Sánchez García (1880-1953), uno de los fotógrafos más ilustres del siglo XX. Una de estas imágenes es la del autómata cazador-flautista que incorpora una leyenda en la que consta castillo de Boadilla del Monte. No se han vuelto a tener noticias de este singular y único artificio, hoy desaparecido y que muy probablemente fue destruido durante la Guerra Civil.
El libro de Epinoy incorpora varias vistas del autómata, secciones y detalles magníficos del funcionamiento interior, cuya maquinaria se movía gracias a un gran depósito de agua localizado en su interior. Sin duda alguna este autómata fue el primer robot que hubo en Boadilla.
La publicación escrita por Epinoy en 1769 “Explicación planes geométricos de arquitectura hidráulica y dibujos de las obras inventadas y ejecutadas por Don Esteban del Espinoy…” además del autómata cazador/flautista, incluye otro artificio mecánico en la segunda parte del libro que se concreta en un castillo de morfología circular, realizado con cartón, madera e hilo, con 33 figuras que mediante movimiento ejercen diversos oficios. Este autómata con una altura aproximada de 1,20 metros y unos 0,75 metros de diámetro se construyó y expuso en 1763, si bien no consta, ni contamos con referencia alguna sobre el lugar donde estuvo expuesto.
La torre presenta dos pisos principales con dos terrazas perimetrales en las que se distribuyen las figuras. La primera y de mayor tamaño, incluía personajes que describe el propio Epinoy en su publicación “Amoladores, cordeleros, un hombre rastrillando cáñamo, una mujer machacando sebo para las sogas, un muchacho tocando una campana para llamar a los trabajadores, un muchacho andando los fuelles de una fragua, el maestro volviendo una barra en el fuego, martinete con un martillo grande que descarga sobre el yunque y forma cabezas y corazones, oficial que de tiempo en tiempo vuelve la cabeza, dos serradores serrando tablas y un hombre machacando en un mortero”. En la parte trasera de esta primera terraza y que no se aprecia en el dibujo había “dos muchachos jugando a la balanza en una viga, cada uno sobre una punta de ella y otros dos muchachos suben y bajan la viga por medio de sogas atadas a los extremos moviendo ellos los brazos y el medio cuerpo. Hay otro cortando leña con un hacha”.
La segunda terraza incluye dos hombres que hacen bailar dos osos, otro toca un tambor y varios hombres a caballo que dan vueltas en torno a un eje en el denominado “juego de sortija” en el que intentan agarrar una anilla de hierro que sujeta un hombre
El interior muestra un complejo mecanismo interior de cigüeñas, palancas, ruedas dentadas y contrapesos, cuyo movimiento, que se transmitía a todas las figuras durante media hora al mismo tiempo, se generaba mediante la caída de arena a través de un embudo sobre una rueda con cubos. Es indudable que este artificio generaría gran diversión y asombro en las reuniones y fiestas de la corte.
El libro de Epinoy incluya dos ingenios más. Uno es un “…probador de pólvora, de nueva invención, útil y seguro para saber sus grados, fixos y alcances…” que incorporaba un pequeño cañón y una pistola, todo ello realizado en bronce y acero y realizado y presentado en 1763, y que se conservaban inicialmente en el cuarto del Infante don Luis en el palacio de San Ildefonso.
El otro es un “…banco de nueva invención para servir a el uso de ebanistas, carpinteros y escultores…” realizado en 1765 para facilitar el trabajo de esos oficios.
Tanto del autómata del cazador-flautista como el probador de pólvora tenemos referencias expresas del propio Epinoy de su instalación inicialmente en el palacio de San Ildefonso, no así del resto de los artífices creados por él para el Infante don Luis. Las fechas que refiere Epinoy para la construcción de estos ingenios se sitúan entre 1763 y 1765, por lo que parece probable que tras la finalizar la construcción del palacio de Boadilla en 1765, el Infante trasladase la totalidad, o al menos una parte, de su colección de autómatas a su nuevo palacio, como así atestiguaría la presencia del Cazador-flautista en el palacio de Boadilla en los años veinte del pasado siglo.
El gabinete de historia natural del Infante don Luis fue tan importante como el de su hermano el rey Carlos III y estaba compuesto tanto por las colecciones de “naturalia” como por las de “artificialia”, estas últimas referidas a lo que el hombre hacía con sus manos, como objetos valiosos y singulares ya fuesen monedas, libros, instrumentos científicos o “máquinas” entre las que se incluirían los autómatas.
Resulta extraño que ni el testamento del Infante, fallecido en 1785, ni las hijuelas, ni los inventarios posteriores correspondientes a su gabinete de historia natural incluyen referencia alguna a estos autómatas a pesar de lo específico de aquellos. Sin embargo, en la relación de individuos del quarto que fue del serenísimo Infante don Luis de 1785 figura “Don Esteban del Espino, maquinista de S.A. en Madrid: 12.000 rs. Anuales en virtud de Decreto, habiendo empezado a servir desde primero de septiembre de 1764”. Esta asignación de 12.00 reales al año resulta, cuando menos, considerable si tenemos en cuenta que personajes tan cercanos al Infante como Luigi Boccherini, en dicha relación consta con una asignación de 18.000 reales (12.000 reales aparte por las composiciones) o Ventura Rodríguez con un importe de 18.000 reales, todo lo cual indica el valor que Don Luis daba al trabajo de su matemático Esteban del Epinoy.
Vista frontal del autómata cazador en el libro de Esteban del Epinoy de 1769
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